Pete Rose: ¿Quién le quita lo bailado?
Seamos sinceros, o tal vez honestos con nuestras creencias, pero ¿quién en su sano juicio beisbolero, puede poner en duda que Pete Rose merece estar en el Salón de la Fama de las grandes ligas? A ver, ¿quién se atreve a cuestionar su presencia en Cooperstown, si por el solo hecho, de entre muchos, es el bateador con más imparables en la historia de las ligas mayores? Sin embargo, Rose no está allí, con todo y ese detalle tan singular, 4.256 hits. Para resaltar aún más el acto, únicamente Pete y Ty Cobb, suman al menos 4 mil inatrapables a su paso por la gran carpa.
El acontecimiento que envuelve a Rose no es el único, pero el suyo pone en evidencia como pocos, de qué modo el tener un lugar en el templo está más allá de lo ocurrido en el terreno de juego, espacio donde se elevan las pruebas más objetivas, si cabe la expresión, de lo que es capaz de hacer cualquier pelotero. Para un profano en la materia, o para un recién llegado al culto por las grandes ligas, estaríamos ante un sin sentido. Un exabrupto.
Rose debió traspasar las puertas del templo de Cooperstown en 1992, una vez cumplidos los 5 años ininterrumpidos de inactividad a partir de su último encuentro como pelotero activo en 1986, exigencia de la Asociación de Cronistas de Beisbol de Estados Unidos, corporación creadora del museo y responsable de los comicios anuales que determinan el ingreso a su seno. Como aconteció en 2016 con Ken Griffey junior y ha pasado con algunos elegidos, Rose debió ingresar a la hermandad en esa su primera ocasión ante el gran jurado.
No obstante, en medio del quinquenio de espera, el entonces comisionado Bart Giamatti, decidió suspender a Pete de toda actividad y relación con el beisbol organizado, acusado de hacer apuestas en los desafíos de las mayores, entretanto dirigía a los Rojos de Cincinnati de 1984 a 1989.
No vamos a ventilar las interioridades del episodio del hombre que estuvo en combate en la gran carpa entre 1963 y 1986 con los Rojos de Cincinnati, los Filis de Filadelfia y los Expos de Montreal mientras defendió la segunda base, la primera almohadilla, la tercera, el jardín izquierdo y el derecho.
En principio, no contamos con pruebas, lo que en modo alguno significa que no existan. Pero no somos abogados defensores o acusadores, fiscales ni jueces. Somos periodistas y solo pretendemos poner en evidencia cómo ganar la inmortalidad, en buena medida, depende de la opinión de un tercero, los colegas de la asociación. Un punto de vista sustentado a partir de lo ocurrido sobre el campo, pero al final del camino, de lo que piense alguien que nada tuvo que ver con lo que en la práctica ocurrió durante la trayectoria del candidato. Perspectiva que no deja de otorgarle autoridad a los votantes desde el conocimiento obtenido a través del tiempo en la cobertura periodística de las mayores. ¿Pero aún así, no resulta injusto, por decir lo menos, que el parecer de los protagonistas no sea el que prevalezca?
En su vasta permanencia de 24 campañas en las grandes ligas, Rose acompañó su tope histórico de 4.256 imparables, con tres títulos de bateo, otro tope de diez temporadas con 200 o más inatrapables, un promedio ofensivo vitalicio de .303 puntos, 6 Series Mundiales, 16 Juegos de Estrellas, con el Novato del Año de la Liga Nacional en 1963, con el Más Valioso de la Nacional en 1973, con el Más Valioso de la Serie Mundial de 1975, con dos Guantes de Oro, con 746 dobles, con 3.652 encuentros y 14.053 turnos al bate, asimismo dos cifras previas, máximas para la gran carpa, como otras menudencias trascendentales que el espacio no permite evocar.
Cada periodista elector, al igual que los aficionados, tiene su visión para evaluar y valorar si un pelotero congrega los méritos suficientes para obtener su voto. En una oportunidad, uno de ellos reconoció que jamás daba su visto bueno a un jugador cuyo nombre figuraba por primera vez entre los aspirantes… Asimismo, cada cual se guarda el derecho de ofrecer o no su venia a quien le plazca. Y no puede ser de otra manera.
Por eso, tal vez, es que desde la primera, en 1936, no hay selección unánime. No podríamos hacer tal exigencia. Pero nos preguntamos por qué, en su momento, los periodistas de turno no dieron su aprobación a aspirantes “automáticos” por sus méritos como Babe Ruth, Walter Johnson, Ty Cobb, Ted Williams, Willie Mays, Cal Ripken o Greg Maddux, entre otros. Toda elección es excluyente por naturaleza. De allí que probablemente, acudir a los números absolutos como a los que indican regularidad, resulte lo más justo. La referencia pudiera ser a partir de una cantidad de juegos, de turnos al bate, de entradas lanzadas o lances defensivos.
No somos quienes para restar importancia al estar en el Salón de la Fama de las ligas mayores. Un valor tan arraigado entre los peloteros como entre los seguimos su quehacer centenario. Si no, pregúntele a Pete Rose si todavía a sus 76 años de edad, no anhela formar parte de esa cofradía. Pero aquí entre nos, luego de admirar por enésima oportunidad su curriculum, ¿piensan que no estar en Cooperstown resta milímetros a su prominente estatura exhibida más allá de las rayas de cal?