Pablo Escobar, un legado oscuro que se resiste a morir

by 24VENEZUELADec. 2, 2018, 4:01 p.m. 425

25 años después de la muerte de Escobar, el esqueleto maltrecho del edificio Mónaco se erige por última vez, tras resistir un embate en 1988 del primer carro bomba detonado en el país que originó una sangrienta guerra entre carteles.
Ícono de la opulencia y el poder de la mafia colombiana, los ocho pisos abandonados del búnker que protegió a la familia del capo en los 90, caerán en un espectáculo abierto al público, con tarimas dispuestas para los curiosos, en febrero del próximo año.
“El Mónaco se ha convertido en un antisímbolo, en un lugar donde se le hace apología a la criminalidad, al terrorismo. (…) Más que demoler un edificio, es demoler una estructura mental”, dijo a la
 Manuel Villa, secretario privado de la alcaldía de Medellín.
Todos los días, grupos de turistas visitan el fortín blanco que construyó el barón de la cocaína en El Poblado, uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. En los “narcotours”, extranjeros y locales observan deslumbrados lo que en unos meses será un parque dedicado a las miles de víctimas del narcoterrorismo de los 80 y 90.
Hace 25 años, el 2 de diciembre de 1993, lo medios de comunicación revelaron la imagen del cuerpo ensangrentado de Pablo Escobar, tirado en un tejado y rodeado de policías sonrientes que exhibían su cadáver como trofeo.
Desde entonces el aniversario de su muerte deja ver una sociedad dividida entre el repudio y la admiración, el dolor y la gratitud.
Ángela Zuluaga no alcanzó a conocer a su padre. Estaba en el vientre de su mamá cuando, en octubre de 1986, unos sicarios atacaron el carro en el que iba la familia. Acribillaron a tiros al juez Gustavo Zuluaga y dejaron a su esposa herida.
La razón: el capo lo sentenció a muerte por dictar orden de captura en contra suya y de su primo Gustavo Gaviria. Aunque recibió amenazas y tentativas de sobornos durante tres años, Zuluaga advirtió que prefería “morir que claudicar”.
Para los Zuluaga demoler el edificio Mónaco es combatir “la cultura narco” y darle un espacio a quienes la ficción ha acallado.
“Tener un espacio para hacer memoria, es tener un espacio para intentar resarcir simbólicamente a los que somos víctimas de este flagelo del narcoterrorismo”, dice Ángela.
Entre 1983 y 1994 hubo 46.612 muertes violentas por la guerra de los narcos colombianos, según la alcaldía de Medellín.
Los partidarios de la demolición de Mónaco, cuyas paredes con orificios de bala son huella de aquellos enfrentamientos sin tregua, coinciden en darle nombre a esas cifras a modo de homenaje.
“No queremos niños diciendo que quieren ser Pablo Escobar, versión flaca, cuando crezcan”, explica Villa, líder del proyecto que creará un parque de 5.000 m² que reemplazará al edificio.
Luz María Escobar cambia la lápida de su hermano en el cementerio Jardines Montesacro, en la urbe que fue fortín del capo. Ella redactó la inscripción que lo acompañará a partir de este aniversario. Entre lágrimas la lee en voz alta para un grupo de turistas.
“Más allá de la leyenda que hoy simbolizas / pocos conocen la verdadera esencia de tu vida”, recita. Una joven de Puerto Rico, conmovida, le pregunta si puede abrazarla.
Para Luz María, aunque su hermano cometió muchos errores, su hogar debe seguir en pie. “La historia de Pablo, tumbando el edificio Mónaco, no se va a derrumbar con él”, confiesa la menor de las Escobar Gaviria.
Sin embargo, la alcaldía ha enfatizado en la inviabilidad de su petición. El costo de la remodelación y adecuación del inmueble asciende a 11 millones de dólares; derribarlo y construir el parque vale cerca de 2,5 millones.
Los habitantes del barrio Pablo Escobar viven estas fechas con nostalgia. El “Robin Hood colombiano” los sacó del basurero de Medellín en el que sobrevivían y les regaló casas, 443 en total, en una loma de la ciudad.
“Para mí primero Dios y segundo él. Lo veo como si fuera el segundo Dios”, dice María Eugenia Castaño, una ama de casa de 44 años, mientras le prende una vela al pequeño altar decorado con una fotografía del narco.
Yamile Zapata atiende la peluquería El Patrón, un pequeño establecimiento dedicado a la belleza y al mercadeo alrededor de la imagen y el mote del capo.
“Pablo lo confunde a uno. Si te basás en lo bueno, era muy bueno. Si buscás lo malo, era muy malo”, dice la estilista, amiga de Juan Pablo Escobar o Sebastián Marroquín, como se conoce al hijo del jefe del extinto Cartel de Medellín.
Entre tres y cuatro segundos tardará el edifico Mónaco en volverse trizas. Su estructura extravagante muestra la voluntad de Escobar de escalar socialmente.
“Nos va a doler, nos va a arder (…), pero va a ser la única manera de nosotros empezar a sanar una herida”, dice Villa, que en pocos meses estará frente al conteo regresivo de la implosión.


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