Méjico: la jota como síntoma
El sentido de la identidad se fundamenta en la aporía. Término que etimológicamente nos dirige hacia la ausencia de camino, diseminada en los personajes principales de
, novela de Antonio Ortuño
España y México forman el pasaje que atraviesan estos personajes para ir y venir en contextos como los de la Guerra Civil Española y los años cuarenta mexicanos hasta pasada la primera década del siglo XXI. Alrededor de esas coordenadas fragmentadas la aporía constituye la experiencia, es decir, una dificultad de pasar que está determinada en primer lugar por la “pureza” manchada de la identidad o eso que Juanita en la obra llama “… gatonejo. Una cosa que nació en un lado pero con los pies en otro y sus patas no se corresponden con sus orejas” (p. 128). La ausencia de camino fundamenta la identidad de quien nació con los pies en otro lado porque lo familiar y lo cotidiano se experimentan como extraordinario. Explosiones, escapes, traiciones, heroicidad y otras distracciones de una posible estabilidad de la certeza.
Sin embargo, en la obra esa aporía tiene otra manera de manifestarse, la dificultad de transitar aparece a través del síntoma, ese que, en psicoanálisis, emerge cuando el impulso instintivo es bloqueado por la represión. Un impulso que confirma la
en los personajes. Y, en el caso de algunos con una potencia criminal como el Mariachito y el Concho, esa confirmación está definida por la pobreza y el abuso sexual. Mientras que el primero fornica diciéndole a su amante: “Te voy a coger como me cogió mi padre” (p. 67), el segundo sobrevive a una de sus últimas violaciones durante la niñez:
“Una mañana, el compadre de uno de sus amigos se impacientó ante su propia falta de reacción –o erección– ante los lameteos del muchacho y le metió una paliza como pocas veces se vio en el cerro. Le pegó con los puños cerrados en el estómago y la cara, lo pateó con unas botas puntiagudas de plástico que imitaba la piel de una culebra y terminó penetrándolo con un elote y masturbándose sobre su cuerpo flojo, medio desnudo y sanguinolento, que apenas retenía el aire. Ni así, en soledad, consiguió excitarse el compadre” (p. 64).
En ambos personajes, la infancia configura la trayectoria del síntoma que sugiere la recíproca represión de un impulso carnal, para ocultar ante el otro las prácticas homosexuales o las
propias de los
o las
como esa que lleva el nombre de la novela. La tradicional masculinidad, caracterizada por fuerza y capacidad, se presenta aporética frente a las mujeres que, no por reivindicación, sino por experiencia, deciden desde sus particularidades arriesgarse a ejercer su autonomía: Juanita, Catalina y María así lo demuestran.
Si la aporía, esa dificultad de trasladarse, de construir camino se declara en esos primeros pasos de la infancia que tantean resistencia y equilibrio, el ejercicio del lenguaje es su acompañante. El laconismo del lenguaje infantil desprende una atmósfera de misterio en las pausas, en los silencios. Giorgio Agamben en
sostiene que: “El mundo antiguo interpreta esa infancia mistérica como un saber que se debe callar, como un silencio que se debe guardar”. Los personajes tantean el lenguaje en sus formas social e individual (lengua y habla) para reconstruir(se) a partir de un pasado innombrable; en el sentido que Walter Benjamin observaba a quienes regresaban de la guerra: enmudecidos. María y Yago son progresivamente silenciosos sobre lo que significó el franquismo; ese pasado que hace que su presente solo pueda ser nombrado como dificultad atravesada.
Si el gatonejo, como lo asumen Omar y Juanita en la obra, es la definición de su identidad, lo es porque la incompletud es una naturaleza tan genuina como la animalidad. Además, son ellos desde esa condición, de resultado, quienes pueden nombrar la aporía, esa experiencia de dificultades porque, siguiendo nuevamente a Agamben: “De allí que mientras en la fábula el hombre enmudece, los animales salen de la pura lengua de la naturaleza y hablan”, y, quizá, por ello Françoise Dolto tenga razón cuando dice que: “Lo que se calla en la primera generación, la segunda (o la tercera) lo lleva en el cuerpo”.
no retrata, no busca
generar un conocimiento histórico, manifiesta lo que resulta de toda experiencia; una correspondencia con la palabra y el relato. Antonio Ortuño recoge los vestigios del testimonio colectivo, los exhuma de metadiscursos, de ideas cristalizadas y los pone en la escena de lo decible, de lo que puede rescatarse del tiempo “real” de la experiencia.
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Antonio Ortuño
Editorial Óceano
México, 2015
