El arte de las calaveras duaqueñas
Los extintos hicieron su festín musical. Salieron de sus imaginarios ataúdes para deleitarnos en una tarde tórrida de emociones inimaginables. El prístino ambiente se sumergió entre imágenes donde resaltaba los signos de las calaveras. Los instrumentos fueron huesos danzantes en las diestras manos de niños y jóvenes del Módulo Duaca del Sistema Nacional de Orquestas.
El teatro Rosina Grimaldi se llenó de artistas ataviados con rasgos profundamente fúnebres, a la mejor tradición del Día de los Muertos en México. La rica tradición azteca destaca este evento como neurálgica expresión de su idiosincrasia. El 2 de noviembre conmemoran ese día porque creen que las almas de sus conocidos regresan a la Tierra para visitar a los amigos y la familia que han dejado aquí.
Las personas acuden a los cementerios para arreglar las tumbas y colocar flores, velas y alimentos especiales que simbolizan el equipamiento de la muerte como cráneos, coches fúnebres y ataúdes de azúcar. Sin embargo, no es un día de duelo, sino más bien una celebración en la que se recuerda a los muertos con complejos festejos.
Son jornadas llenas de un gran sentimiento familiar. Se comparten alimentos y sentimientos a flor de piel; al pie de las tumbas la música azteca acompaña al tequila desde el inmemorial histórico. Pocas veces la tristeza invade el compartir, son recuerdos mágicos de quienes yacen junto al jolgorio en su honor.
El espectáculo abarrotó las butacas del teatro Rosina Grimaldi. Los artistas estaban ataviados con marcados rasgos luctuosos. Fue como una especie de enorme capa que cubría el atestado salón. La impaciencia fue ganándonos. Los niños caminaban convertidos en figuras de muertos, esqueletos que sonreían mientras adecuaban los instrumentos para el magno espectáculo. Una tarde de espeluznantes figuras en cuerpos de niños alegres, nada que temer mientras aguardábamos el desempeño de los artistas.
Desde media mañana fueron maquillados adecuadamente, nada de improvisaciones que dieran al traste con lo programado. En las tétricas horas el silencio cedió su espacio al aplauso. El repertorio tuvo como inspiración la película Coco, dirigida por Lee Unkrich y basada en la festividad mexicana del Día de los Muertos, producida por Pixar y distribuida por Walt Disney Pictures.
Primero fueron niños, que bajo el imperio del cuatro, tocaron reconocidas canciones infantiles, lo hicieron con gran soltura, demostrando que el talento de Crespo no tiene parangón con algunas áreas del estado Lara, donde el cuatro se marchó hace rato. Posteriormente un niño llena el escenario con una guitarra con la que interpreta canciones de la película, mientras unos zombis parecen haber emergido del fondo de sus lápidas. La calidad de los ejecutantes los llenó de ponderaciones incesantes.
Cuando escuchamos el famoso tema del pentagrama mexicano conocido como “La bamba” hicimos un viaje trepidante por nuestra memoria. Aseguran que fue creada en los últimos años del siglo XVII. En 1958, Ritchie Valens, cantante de origen mexicano nacido en Estados Unidos, grabó una versión eléctrica con ritmo de rock and roll que la popularizó definitivamente y la convirtió en un clásico de la música universal. Pertenece al género denominado son jarocho y es reconocida como un himno popular de la ciudad de Veracruz. De pronto, recordamos la corta y trágica muerte de quien la impuso en Norteamérica.
A comienzos de 1959, Ritchie Valens participaba de la llamada Winter Dance Party, gira de grandes estrellas del rock por el centro de Estados Unidos. A mediados de la gira la calefacción del autobús en el que iban los artistas se estropeó y la mala organización de la gira no pudo prever un imprevisto así y no contrató a nadie capaz de arreglarla.
Para evitar una noche más de viaje en esas condiciones, Buddy Holly, otra de las estrellas de la gira, tuvo la idea de alquilar una avioneta para cuatro personas después de su actuación en el Surf Ballroom de Clear Lake, Iowa, para llegar cuanto antes a un hotel a dormir y descansar cómodamente. Aparte de Buddy Holly, había puesto para otros dos músicos en el avión, entre ellos Ritchie Valens. Irónicamente ganó su lugar aquella noche apostando a cara o cruz con otro artista del grupo, Tommy Allsup, y selló así su destino.
La avioneta era una Beechcraft Bonanza pilotada por un joven inexperto, y partió aquel 3 de febrero de 1959 a medianoche en medio de una gran tormenta de nieve. Según se piensa, el piloto no tenía conocimientos suficientes y desconcertado por la nieve, que todo lo cubría, habría equivocado la lectura de los instrumentos, única manera de volar con visibilidad nula entre nubes y campos absolutamente blancos. Fue así que, en vez de subir la avioneta en realidad bajó y se estrelló a ocho kilómetros de despegar en un campo cercano al aeropuerto. No hubo sobrevivientes.
El exitoso filme Coco tuvo locación en Duaca. Un talentoso niño recreó algunas escenas de la película. La impactante historia la contamos a continuación. En el pequeño pueblo de Santa Cecilia vive Miguel Rivera, de 12 años de edad, que sueña con ser un músico como su tatarabuelo Ernesto de la Cruz, popular compositor/cantante y estrella de cine que murió cuando fue aplastado por una campana en una presentación en vivo.
Sin embargo, la familia de Miguel tiene una larga y estricta restricción hacia la música que se remonta a generaciones del pasado, cuando la tatarabuela de Miguel fue abandonada por un músico que decidió dejar su familia con tal de seguir sus sueños. Debido a esto, la familia de Miguel (los Rivera) odia todo lo relacionado con la música, en especial la abuela, que lo sobreprotege y cuida de cualquier influencia musical.
Como resultado de ello, el único familiar que le agrada a Miguel es su bisabuela Mamá Coco. En día de muertos, luego de romper accidentalmente el retrato de su tatarabuela Mamá Imelda, Miguel descubre que el esposo de esta usaba una guitarra igual a la que tenía su ídolo, lo que lo lleva a sacar la conclusión de que él es tataranieto de De la Cruz.
Miguel decide perseguir sus sueños inspirado en frases de las películas de De La Cruz y trata de participar en un concurso de talentos en la feria de Santa Cecilia con una guitarra que había escondido de su familia, pero es descubierto por su abuela que, enfadada, rompe el instrumento frente a toda la familia, lo que provoca que Miguel, dolido y enfurecido, huya de casa para buscar una forma alternativa de participar clamando que ya no quiere formar parte de su familia.
Miguel busca que alguien le preste una guitarra sin tener éxito, por lo que se escabulle en el mausoleo de De la Cruz para robar la guitarra expuesta en su tumba y usarla en el concurso. En el momento que Miguel toca la guitarra, de alguna manera es transportado a una dimensión alternativa donde no puede ser visto ni escuchado por los vivos, con excepción de Dante, un perro callejero xoloitzcuintle que lo acompaña. En esta dimensión alternativa, Miguel se encuentra con sus parientes fallecidos, los cuales se sorprenden de que este pueda verlos.