“En Venezuela el trabajo de la historia del arte se detuvo completamente”
Investigador, escritor y poeta, Luis Enrique Pérez Oramas fue curador adjunto del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA por sus siglas en inglés) en 2003. Tres años más tarde asumió la curaduría oficial de la colección de arte latinoamericano de esa misma institución, tarea que desempeña desde entonces.
Pérez Oramas visitó recientemente el país y entre sus compromisos ofreció la conferencia “Arte y tiempo. Alegorías de la fortuna crítica y la obra maestra desconocida”, en la que desarrolló temas en los que ha indagado desde hace tiempo: la fragilidad del conocimiento sobre historia de arte y sus segmentos desconocidos.
—Esta colección comienza con el MoMA, a finales de los años veinte. Se ha construido a partir de adquisiciones y donaciones muy significativas. En esos primeros años, la década de los treinta, se hace hincapié en el arte mexicano. Hacia los cuarenta, el momento en que acontece la Segunda Guerra Mundial, hay una estrategia de internacionalización y entran obras muy importantes de Uruguay, Chile, Argentina, Colombia, América Central, el Caribe y Haití. Las dos décadas siguientes es una época de más adquisiciones individuales de obras; la intensidad decrece. En los años setenta llegan obras importantes de las prácticas contemporáneas de tipo conceptual y en los ochenta decrece casi totalmente, hay poco interés en el arte latinoamericano por muchas razones, entre otras por las crisis políticas y dictaduras que existen en el sur del continente. Esto genera una estampida, un exilio de artistas e intelectuales, una dispersión del espacio cultural; y se centran en las políticas culturales en Estados Unidos. Luego, a mediados de los años noventa se retoma el tema con la llegada de Glenn Lowry, actual director del museo, y el apoyo de patronos importantes, entre ellos Patricia Phelps de Cisneros.
La del MoMA es la colección de arte moderno y contemporáneo más completa del mundo. Son casi 4.000 obras solo latinoamericanas, en un espacio donde hay cerca de 250.000 piezas. Pero de todas maneras es significativo. En los últimos años hemos hecho un trabajo de llenar contenidos que habían sido desatendidos, traer figuras clave y revisar períodos importantes como los años setenta y ochenta. Actualmente diría que es una colección particularmente fuerte, importante y con una gran presencia de arte brasileño. Del arte venezolano hay muchos representantes: Héctor Poleo, Carlos Zerpa, Armando Reverón, Jesús Soto, Alejandro Otero, Carlos Cruz-Diez y creadores jóvenes como Juan Araujo. Ahora, luego de la donación de Cisneros, han entrado piezas de Mateo Manaure, Elsa Gramcko, Gego y Gerd Leufert.
—Venezuela tiene una inmensa tradición artística, de las más poderosas del siglo XX en América Latina. Eso continúa, pero en un estado de dispersión porque se han roto los vínculos que comunicaban a la comunidad de artistas entre ellos, de artistas con el público, con los críticos, la academia y el mercado nacional e internacional. En los últimos años ha habido iniciativas de jóvenes, Maracaibo ha sido una ciudad en la que se ha producido una constelación de creadores que ha hecho una comunidad entre ellos y ha renovado el espacio de las artes visuales.
—En unas circunstancias tan dramáticas como las que se viven es difícil que el arte tenga prioridad. Ha habido intentos, iniciativas de crear medios críticos, que es una medida. Hay un gran desafío por parte de la universidad para entender que el problema fundamental del país es cultural y que no podemos seguir pensando en ella como accesorio. La academia tiene que entrar en el diálogo.
—En Venezuela ese trabajo se detuvo completamente. Hay que retomarlo. Existe, por supuesto, gente que sigue investigando como Víctor Guédez, Sandra Pinardi, María Elena Ramos, María Luz Cárdenas, Bélgica Rodríguez; personas que se interesan por teorizar el arte. Lo que no hay es una consolidación de la voz crítica e historiadora, con algunas excepciones.
—No tiene que ver con la intención voluntaria, con la censura, como hicieron los nazis o en la región soviética o en China. Tampoco como ha sido en Cuba. Este es un tema político y moral muy álgido que tiene que ver con la politización del espacio simbólico. No creo que el régimen chavista haya tenido la sofisticación de enterarse o de ocuparse de eliminar artistas. Lo contrario, que es tan malo, es que detrás de su parafernalia discursiva ha dejado morir de inanición, por indiferencia, el espacio cultural, institucional. No creo que hayamos llegado al extremo de la anulación, la aniquilación. Aquí ha pasado algo terrible: la mediocridad absoluta, el desprecio. Ha habido iniciativas, pero han fracasado porque llevan al control y no logran mantener viva la relación entre la comunidad de las artes.
Autor de libros de poesía como
(Monte Ávila Editores, 1986) y de arte como
(Museo Jacobo Borges, 1996),
(Museo de Arte Contemporáneo, 1990) y
(Galería de Arte Nacional, 1997), el curador Luis Pérez Oramas continúa su trabajo de escritura. Además de una exposición que organiza con el Art Institute de Chicago sobre Tarsila do Amaral, una pintora brasileña de la década de los años veinte, está concentrado actualmente en la producción de un libro sobre el pintor de arte ingenuo Bárbaro Rivas y en una colección de ensayos sobre historia del arte venezolano que espera terminar en un par de años.